martes, 20 de abril de 2010

CRÍTICA INSTITUCIONAL:

CRÍTICA INSTITUCIONAL:


El término “crítica institucional”, en sí mismo,

parece indicar una conexión directa entre

un método y un objeto: el método es la crítica

y el objeto es la institución. En la primera ola

de crítica institucional desde finales de los

sesenta y comienzos de los setenta

(que durante largo tiempo ha sido tanto

reivindicada como relegada en la

historia del arte) estos términos podían

aparentemente definirse de forma más

concreta: el método crítico era una

práctica artística y la institución en

cuestión era la institución artística,

principalmente el museo de arte aunque

también las galerías y las colecciones.

La crítica institucional adoptaba así

muchas formas, tales como obras e

intervenciones artísticas, escritos

críticos o activismo (artístico-)político.

Pero en la llamada segunda ola, desde

los años ochenta, el marco institucional

de alguna forma se vio expandido

hasta incluir al artista (el sujeto que ejercía

la crítica) en un rol institucionalizado,

así como la investigación sobre

otros espacios (y prácticas)

institucionales además del espacio artístico.

Ambas olas son hoy parte de la institución

artística en forma de historia y enseñanza

del arte, así como en las prácticas

contemporáneas del arte desmaterializado

y posconceptual. No es mi propósito aquí,

no obstante, discutir o llegar a un significado

de la crítica institucional como un canon

de la historia del arte ni implicarme

en la escritura de dicho canon

(cedo respetuosamente esa tarea

a los Texte zur Kunst y los October

que hay en el mundo). En su lugar,

a cambio, me gustaría apuntar una

coincidencia entre las dos olas que

me parece que ha cambiado

drásticamente en el actual “retorno”

de la crítica institucional que podría

o no constituir una tercera ola.

En todas sus emergencias históricas,

la crítica institucional fue una práctica

sobre todo, por no decir exclusivamente,

ejercida por artistas y dirigida contra

las instituciones (artísticas), como

una crítica de su(s) función(es)

social(es) ideológica(s) y de representación.

Las instituciones artísticas, comprendieran

o no el trabajo de los artistas, se veían

como espacios de circunscripción y,

en palabras de Robert Smithson, de

“confinamiento cultural” factibles de

ser atacados estética, política y teóricamente.

La institución se planteaba como

un problema (para los artistas).

Ello contrasta con las actuales

discusiones crítico-institucionales que

parecen propagarse predominantemente

por parte de curadores y directores de

las mismas instituciones, discusiones

que, por lo general, argumentan

a favor antes que en contra de las instituciones.

Es decir, no consisten en un esfuerzo

por oponerse o destruir la institución,

sino que buscan modificarla y

solidificarla. La institución no es

sólo un problema, ¡es también una solución!

Ha habido, entonces, un desplazamiento

del lugar de la crítica institucional,

no sólo en el tiempo histórico sino

también en términos de los sujetos

que dirigen y ejercen la crítica: se ha

deslizado del exterior al interior.

Es interesante la manera en que Benjamin

Buchloh ha descrito el momento histórico

del arte conceptual como un movimiento

“de la estética de la administración a la

crítica de las instituciones”, en un famoso

y controvertido ensayo llamado,

elocuentemente, “Conceptual Art 1962-1969:

From the Aesthetics of Administration to

the Critique of Institutions”.

Aunque Buchloh dirige su enfoque

a la emergencia del conceptualismo,

su sugerente distinción es quizá más

pertinente ahora que la crítica institucional

es literalmente ejercida por administradores

estéticos: quienes dirigen los museos,

organizan exposiciones, etc. Siguiendo

consejos de Buchloh, Andrea Fraser va

un paso más allá en su ensayo reciente

“From the Critique of Institutions to an

Institution of Critique”, donde afirma

que ya no es posible un movimiento

entre el adentro y el afuera de la institución,

dado que las estructuras institucionales

se han interiorizado por completo.

“Nosotros somos la institución”,

escribe Fraser, y concluye de esta

manera que la cuestión es más bien

crear instituciones críticas, lo que

ella llama “una institución de la crítica”,

establecidas mediante el autocuestionamiento

y la autorreflexión.

Fraser también escribe que las instituciones

del arte no deberían contemplarse como un

campo autónomo, separado del resto

del mundo, de la misma forma que el

“nosotros” no está separado de la

institución. Si bien yo estaría ciertamente

de acuerdo con cualquier tentativa de

contemplar las instituciones artísticas

como parte de un conjunto más amplio

de espacios socioeconómicos y

disciplinarios, me confunde sin

embargo el intento de integrar el

mundo del arte en el actual sistema-mundo

(político-económico) y simultáneamente

sostener que hay un “nosotros” en ese

mundo del arte. ¿Quién es exactamente

ese “nosotros”? Si el mundo del arte se

observa como parte de una institucionalización

generalizada de los sujetos sociales

(que a cambio interiorizan la institucionalización),

¿cuáles son y dónde se sitúan las líneas

que marcan la entrada, la visibilidad y la

representación? Si uno de los criterios de

cualquier institución reside en la manera

en que efectúa exclusiones (algo inherente

a cualquier colección de arte), la cuestión

es ¿qué sujetos caen fuera de la

institucionalización, no por causa de un acto

malintencionado ni del éxodo que ciertos

movimientos artísticos pensaron y desearon,

sino mediante el tipo de expulsiones que

se efectúan desde el mismo centro de

las instituciones, es decir, desde su propia

capacidad institucionalizadora? Obviamente,

responder a estas preguntas requiere una

noción muy expandida de crítica institucional

que se encontraría un tanto afuera de la historia

de la crítica institucional que aquí estamos

discutiendo.

Así que, volviendo al tema que nos ocupa,

la crítica institucional como práctica artística:

¿qué sucede cuando la práctica de la crítica

y el análisis institucional se ha traspasado

de los y las artistas hacia los curadores y

curadoras, críticas y críticos, y cuando tanto

artistas como curadores han interiorizado

la institución (mediante la enseñanza, el

canon de la historia del arte y la práctica

diaria)? Analizado en los términos de una

dialéctica negativa, este proceso parece

señalar la cooptación total de la crítica

institucional por parte de las instituciones

(lo que implica, por extensión, la cooptación

de la resistencia por el poder), lo que

convierte a la crítica institucional como método

crítico en algo completamente obsoleto.

La crítica institucional, cooptada, sería

como una bacteria que quizá haya debilitado

temporalmente al paciente, la institución,

pero sólo con el fin de fortalecer su sistema

inmunitario a largo plazo. No obstante,

tal conclusión dependería de unas nociones

de subjetividad, agencia y espacialidad que

la crítica institucional, diríamos, intentó

de construir. Implicaría que la crítica institucional

histórica era de alguna manera “original”

y “pura”, confirmando así la autenticidad

de los sujetos-artistas que la ejercían

(en oposición a los sujetos “institucionales”),

reafirmando en consecuencia una de las

ideas que la crítica institucional buscó

sortear, es decir, la noción de sujetos auténticos

per se (un sujeto representado por el artista

y reificado por la institución). Si la crítica

institucional fue en efecto un discurso

de desvelamiento y demistificación de

cómo el sujeto y el objeto artístico se

escenificaban y reificaban en la institución,

entonces debemos decir que cualquier

narrativa que (de nuevo) represente a

ciertas voces y sujetos como auténticos,

en tanto que posibles encarnaciones

de ciertas políticas y críticas, no sólo

es contraria al proyecto de la crítica

institucional, sino que también podría

considerarse una cooptación final o,

con más propiedad, una apropiación

hostil del mismo. La crítica institucional

no trata, después de todo, de las intenciones

e identidades de los sujetos, sino de las

políticas e inscripciones de las instituciones

(y, de esta manera, de cómo las relaciones

entre los sujetos están siempre tramadas

por espacios institucionales específicos

y precisables).

Deberíamos más bien intentar historizar

los momentos de la crítica institucional

y observar cómo su éxito consiste en haber

sido integrada en la formación de artistas y

curadoras, es decir, en lo que Julia Bryan-Wilson

ha llamado "el curriculum de la crítica institucional".

Se puede entonces entender la crítica

institucional no como un periodo histórico

y/o un género en la historia del arte, sino más

bien como una herramienta analítica, un método

de crítica y de articulación espacial y política

que se puede aplicar no sólo al mundo del arte,

sino también a los espacios e instituciones

disciplinarias en general. Una crítica institucional

de la crítica institucional, lo que podríamos llamar

una "crítica institucionalizada", tiene entonces

que cuestionar el papel de la enseñanza, la

historización y la manera en que la autocrítica

institucional no sólo conduce a cuestionar

la institución misma y lo que ésta instituye,

sino que también se convierte en un mecanismo

de control dentro de los nuevos modos de

gubernamentalidad, precisamente a través

del propio acto de su interiorización. Y es

esta noción expandida de crítica institucional,

a la que antes me he referido, la que podría

convertirse en el legado de los movimientos

históricos al mismo tiempo que podría servir

de orientación para lo que las llamadas

"instituciones artísticas críticas" dicen ser.

El Análisis Institucional es una disciplina


sociopolítica donde convergen diversas


ciencias con las que construye su objeto


de estudio: el inconsciente institucional.


Del psicoanálisis toma el descubrimiento


de una producción del inconsciente


en relación con procesos de represión


vinculados a conflictos, pero a diferencia


del inconsciente psicoanalítico, el análisis


institucional, alude a procesos sociales


del desconocimiento de lo político y


no a procesos intrapsíquicos.


El inconsciente institucional se ubica


en el campo de lo político reprimido


y olvidado, su análisis corresponde


a la ideología y a las relaciones sociales.


La filosofía del derecho de Hegel ,


es otra fuente teórica básica de ahí


se retoman los tres momentos de


la institución: el de la universalidad,


el de la particularidad y el de la


individualidad. En el caso de la


universalidad se sitúa lo instituido,


en el momento de la particularidad lo


instituyente y en el de la individualidad


la institucionalización que es la síntesis


de lo instituido y lo instituyente, así


como su mediación.


Para la comprensión de la formación


e institución de los grupos recurre a



la escuela sociológica francesa, a


la psicología social y de los grupos,


y al psicodrama de Moreno así como


a la teoría de las organizaciones.


Esto es así porque en las prácticas


de formación, el colectivo e intervenciones


institucionales suceden con y en grupos


y estos son parte de las organizaciones,


donde el grupo se encuentra igualmente


construido como objeto de conocimiento.


Retoma críticamente la teoría de la


organizaciones tales como la


teorización sobre los fenómenos


de poder, los procesos internos de


cambio y resistencia al cambio de los


grupos y las compulsiones de la burocracia,


ya que la organización es descrita en la


teoría de las organizaciones como


"grupo de grupos" o como el


gran grupo organizado. Los objetivos


de la organización se logran a través


del empleo de ciertos medios, y las


dificultades para el logro de los


mismos son conceptuadas como


disfunciones, sujetas a terapia social,


para lo cual se propone el análisis


estructural y funcional de la organización.


Los analistas institucionales interrogan:


¿qué es una función social u


organizacional? A diferencia de los


sociólogos funcionalistas positivistas


responden que existen además de las


funciones visibles, positivas las invisibles


negativas. "La fábrica tiene por función


visible producir automóviles o gas


natural, pero ante todo tiene por función


invisible producir ganancias" . Por lo


cual sostienen que el objeto empírico


positivo, lo explícito de la organización,


es la función oficial. En el curso de las


investigaciones analíticas institucionales


se trabaja con la hipótesis de que


la institución es lo invisible, lo implícito,


lo negativo de lo empírico, por lo cual,


la institución es el inconsciente político


de la sociedad.


El análisis de las relaciones de


producción no son inmediatamente


visibles, por lo que hay que develar


la cara oculta de estas relaciones,


lo reprimido social. Para hacer accesible


el sentido oculto de lo reprimido social


es necesaria la interpretación para


develar este sentido, que es siempre


el fundamento de las instituciones.


De ahí su método de indagación.


El conocimiento del inconsciente


político de la sociedad, la institución,


implica la intervención. En una situación


experimental de consulta las


dimensiones de análisis comprende


tanto la organización como la


institución, entonces es cuando el


análisis institucional se convierte en socioanálisis.


Para Mariano Ortega, hay que diferenciar


en el análisis de la realidad organizacional


cinco niveles: El nivel racional, el


estructural, el relacional, el político y el simbólico .


a). El nivel racional. Implica los fines de la


organización donde medios y fines se


articulan mediante la lógica de la


eficiencia y la efectividad, con insumos


y productos, en un esquema lógico


de estructuración formal.


b). El nivel estructural. Permite


comprender la estructura y los


procesos de la inserción de los


individuos mediante el establecimiento


de normas de conducta organizacional.


c) El nivel relacional. Se considera la


adecuación que existe entre las funciones


de carácter formal de la organización


y las necesidades de las personas, los


intereses, aspiraciones, motivos, metas,


así como el análisis de las interacciones


informales y las normas de conducta


que se deriva de tales interacciones.


d). El nivel político. Se analizan la


convergencia de intereses y el


conflicto por la consecución de la


supremacía entre individuos y grupos


por la búsqueda del poder.


e). El nivel simbólico. Tiene que ver


con los aspectos que legitiman


o confirman la pertenencia al grupo


o a la organización, con los rituales y


ceremonias comunitarias que dan


sentido de identidad.


La otra dimensión que concurre


para la explicación de la propuesta


indagatoria y de investigación


es la de orden estrictamente


institucional, concepción energética


y hermenéutica para el quehacer institucional.


Implica la lectura institucional como


doble efecto de fuerzas y de sentidos.


En la investigación activa del inconsciente


institucional de una organización dada,


se presentan resistencias, rechazos,


defensas, transferencias, cuyo fondo


siempre es el Estado, definido ya


como el condensado de la economía


y de las demás instancias, como resumen


de la formación social, y como el punto


de encuentro y sobredeterminación de


todas las transversalidades sociales.


La línea vertical de la institución, las


relaciones de poder piramidal, es


lo instituido y la horizontal, las


relaciones de paridad, lo instituyente


que niega los vínculos institucionales


como es el caso de la "nueva"


sociología de las organizaciones y


la psicología humanista, rogeriana,


gestaltista, y algunas propuestas


de autogestión. Las relaciones


verticales y horizontales de los


grupos que conforman la organización


definen la transversalidad, por ello


el grupo como tal se define en


oposición tanto a la verticalidad


como a la horizontalidad.


La transferencia institucional


es la estructura de la organización


que es objeto-soporte ya sea material,


técnico o simbólico, de aquello que


ocurre en la vida del grupo para los


sujetos implicados.



La segmentaridad son los


grupos de referencia y sistemas


de pertenencia, otras instituciones


que traen los individuos al grupo,


tales como la familia, el sindicato,


la escuela, la iglesia, grupo étnico,


lenguajes, etcétera.


El esclarecimiento de lo inconsciente


institucional se vincula no solo


a la intervención y consulta con


el analista institucional externo,


sino también al trabajo de analizadores


naturales y a los analizadores


históricos de las instituciones,


entonces es como el socioanálisis


interviene con ;


a). La situación analítica,


donde es posible descifrar


las relaciones que los grupos


y los individuos mantienen


con las instituciones, de manera


objetiva, imaginaria o fantástica,


en el análisis de una situación dada.


b). El analista puede ser el


consultor externo o algunos


dirigentes formales o informales


de la misma institución, capaces


de revelar lo inconsciente institucional.


c). El analizador es el catalizador


institucional, que permite revelar


la estructura de una institución


provocándole a hacerse manifiesta,


puede ser de orden psicosocial


que alude a la aspecto empírico del o


de los grupos, o bien psicoanalítico


que es el aspecto inconsciente del grupo


a través de un emergente. El analizador


se asocia a conductas económicas,


libidinales o políticas.


Solamente se han mencionado


algunas de las categorías


elementales del análisis institucional.


Mediante una metáfora se puede


comprende la relación existente entre


la organización y la institución:


se diría que la institución es


al alma como la organización es al cuerpo.




Kenny G - aliento



LA MANO DE NADIE.

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