El término “crítica institucional”, en sí mismo,
parece indicar una conexión directa entre
un método y un objeto: el método es la crítica
y el objeto es la institución. En la primera ola
de crítica institucional desde finales de los
sesenta y comienzos de los setenta
(que durante largo tiempo ha sido tanto
reivindicada como relegada en la
historia del arte) estos términos podían
aparentemente definirse de forma más
concreta: el método crítico era una
práctica artística y la institución en
cuestión era la institución artística,
principalmente el museo de arte aunque
también las galerías y las colecciones.
La crítica institucional adoptaba así
muchas formas, tales como obras e
intervenciones artísticas, escritos
críticos o activismo (artístico-)político.
Pero en la llamada segunda ola, desde
los años ochenta, el marco institucional
de alguna forma se vio expandido
hasta incluir al artista (el sujeto que ejercía
la crítica) en un rol institucionalizado,
así como la investigación sobre
otros espacios (y prácticas)
institucionales además del espacio artístico.
Ambas olas son hoy parte de la institución
artística en forma de historia y enseñanza
del arte, así como en las prácticas
contemporáneas del arte desmaterializado
y posconceptual. No es mi propósito aquí,
no obstante, discutir o llegar a un significado
de la crítica institucional como un canon
de la historia del arte ni implicarme
en la escritura de dicho canon
(cedo respetuosamente esa tarea
a los Texte zur Kunst y los October
que hay en el mundo). En su lugar,
a cambio, me gustaría apuntar una
coincidencia entre las dos olas que
me parece que ha cambiado
drásticamente en el actual “retorno”
de la crítica institucional que podría
o no constituir una tercera ola.
En todas sus emergencias históricas,
la crítica institucional fue una práctica
sobre todo, por no decir exclusivamente,
ejercida por artistas y dirigida contra
las instituciones (artísticas), como
una crítica de su(s) función(es)
social(es) ideológica(s) y de representación.
Las instituciones artísticas, comprendieran
o no el trabajo de los artistas, se veían
como espacios de circunscripción y,
en palabras de Robert Smithson, de
“confinamiento cultural” factibles de
ser atacados estética, política y teóricamente.
La institución se planteaba como
un problema (para los artistas).
Ello contrasta con las actuales
discusiones crítico-institucionales que
parecen propagarse predominantemente
por parte de curadores y directores de
las mismas instituciones, discusiones
que, por lo general, argumentan
a favor antes que en contra de las instituciones.
Es decir, no consisten en un esfuerzo
por oponerse o destruir la institución,
sino que buscan modificarla y
solidificarla. La institución no es
sólo un problema, ¡es también una solución!
Ha habido, entonces, un desplazamiento
del lugar de la crítica institucional,
no sólo en el tiempo histórico sino
también en términos de los sujetos
que dirigen y ejercen la crítica: se ha
deslizado del exterior al interior.
Es interesante la manera en que Benjamin
Buchloh ha descrito el momento histórico
del arte conceptual como un movimiento
“de la estética de la administración a la
crítica de las instituciones”, en un famoso
y controvertido ensayo llamado,
elocuentemente, “Conceptual Art 1962-1969:
From the Aesthetics of Administration to
the Critique of Institutions”.
Aunque Buchloh dirige su enfoque
a la emergencia del conceptualismo,
su sugerente distinción es quizá más
pertinente ahora que la crítica institucional
es literalmente ejercida por administradores
estéticos: quienes dirigen los museos,
organizan exposiciones, etc. Siguiendo
consejos de Buchloh, Andrea Fraser va
un paso más allá en su ensayo reciente
“From the Critique of Institutions to an
Institution of Critique”, donde afirma
que ya no es posible un movimiento
entre el adentro y el afuera de la institución,
dado que las estructuras institucionales
se han interiorizado por completo.
“Nosotros somos la institución”,
escribe Fraser, y concluye de esta
manera que la cuestión es más bien
crear instituciones críticas, lo que
ella llama “una institución de la crítica”,
establecidas mediante el autocuestionamiento
y la autorreflexión.
Fraser también escribe que las instituciones
del arte no deberían contemplarse como un
campo autónomo, separado del resto
del mundo, de la misma forma que el
“nosotros” no está separado de la
institución. Si bien yo estaría ciertamente
de acuerdo con cualquier tentativa de
contemplar las instituciones artísticas
como parte de un conjunto más amplio
de espacios socioeconómicos y
disciplinarios, me confunde sin
embargo el intento de integrar el
mundo del arte en el actual sistema-mundo
(político-económico) y simultáneamente
sostener que hay un “nosotros” en ese
mundo del arte. ¿Quién es exactamente
ese “nosotros”? Si el mundo del arte se
observa como parte de una institucionalización
generalizada de los sujetos sociales
(que a cambio interiorizan la institucionalización),
¿cuáles son y dónde se sitúan las líneas
que marcan la entrada, la visibilidad y la
representación? Si uno de los criterios de
cualquier institución reside en la manera
en que efectúa exclusiones (algo inherente
a cualquier colección de arte), la cuestión
es ¿qué sujetos caen fuera de la
institucionalización, no por causa de un acto
malintencionado ni del éxodo que ciertos
movimientos artísticos pensaron y desearon,
sino mediante el tipo de expulsiones que
se efectúan desde el mismo centro de
las instituciones, es decir, desde su propia
capacidad institucionalizadora? Obviamente,
responder a estas preguntas requiere una
noción muy expandida de crítica institucional
que se encontraría un tanto afuera de la historia
de la crítica institucional que aquí estamos
discutiendo.
Así que, volviendo al tema que nos ocupa,
la crítica institucional como práctica artística:
¿qué sucede cuando la práctica de la crítica
y el análisis institucional se ha traspasado
de los y las artistas hacia los curadores y
curadoras, críticas y críticos, y cuando tanto
artistas como curadores han interiorizado
la institución (mediante la enseñanza, el
canon de la historia del arte y la práctica
diaria)? Analizado en los términos de una
dialéctica negativa, este proceso parece
señalar la cooptación total de la crítica
institucional por parte de las instituciones
(lo que implica, por extensión, la cooptación
de la resistencia por el poder), lo que
convierte a la crítica institucional como método
crítico en algo completamente obsoleto.
La crítica institucional, cooptada, sería
como una bacteria que quizá haya debilitado
temporalmente al paciente, la institución,
pero sólo con el fin de fortalecer su sistema
inmunitario a largo plazo. No obstante,
tal conclusión dependería de unas nociones
de subjetividad, agencia y espacialidad que
la crítica institucional, diríamos, intentó
de construir. Implicaría que la crítica institucional
histórica era de alguna manera “original”
y “pura”, confirmando así la autenticidad
de los sujetos-artistas que la ejercían
(en oposición a los sujetos “institucionales”),
reafirmando en consecuencia una de las
ideas que la crítica institucional buscó
sortear, es decir, la noción de sujetos auténticos
per se (un sujeto representado por el artista
y reificado por la institución). Si la crítica
institucional fue en efecto un discurso
de desvelamiento y demistificación de
cómo el sujeto y el objeto artístico se
escenificaban y reificaban en la institución,
entonces debemos decir que cualquier
narrativa que (de nuevo) represente a
ciertas voces y sujetos como auténticos,
en tanto que posibles encarnaciones
de ciertas políticas y críticas, no sólo
es contraria al proyecto de la crítica
institucional, sino que también podría
considerarse una cooptación final o,
con más propiedad, una apropiación
hostil del mismo. La crítica institucional
no trata, después de todo, de las intenciones
e identidades de los sujetos, sino de las
políticas e inscripciones de las instituciones
(y, de esta manera, de cómo las relaciones
entre los sujetos están siempre tramadas
por espacios institucionales específicos
y precisables).
Deberíamos más bien intentar historizar
los momentos de la crítica institucional
y observar cómo su éxito consiste en haber
sido integrada en la formación de artistas y
curadoras, es decir, en lo que Julia Bryan-Wilson
ha llamado "el curriculum de la crítica institucional".
Se puede entonces entender la crítica
institucional no como un periodo histórico
y/o un género en la historia del arte, sino más
bien como una herramienta analítica, un método
de crítica y de articulación espacial y política
que se puede aplicar no sólo al mundo del arte,
sino también a los espacios e instituciones
disciplinarias en general. Una crítica institucional
de la crítica institucional, lo que podríamos llamar
una "crítica institucionalizada", tiene entonces
que cuestionar el papel de la enseñanza, la
historización y la manera en que la autocrítica
institucional no sólo conduce a cuestionar
la institución misma y lo que ésta instituye,
sino que también se convierte en un mecanismo
de control dentro de los nuevos modos de
gubernamentalidad, precisamente a través
del propio acto de su interiorización. Y es
esta noción expandida de crítica institucional,
a la que antes me he referido, la que podría
convertirse en el legado de los movimientos
históricos al mismo tiempo que podría servir
de orientación para lo que las llamadas
"instituciones artísticas críticas" dicen ser.
El Análisis Institucional es una disciplina
sociopolítica donde convergen diversas
ciencias con las que construye su objeto
de estudio: el inconsciente institucional.
Del psicoanálisis toma el descubrimiento
de una producción del inconsciente
en relación con procesos de represión
vinculados a conflictos, pero a diferencia
del inconsciente psicoanalítico, el análisis
institucional, alude a procesos sociales
del desconocimiento de lo político y
no a procesos intrapsíquicos.
El inconsciente institucional se ubica
en el campo de lo político reprimido
y olvidado, su análisis corresponde
a la ideología y a las relaciones sociales.
La filosofía del derecho de Hegel ,
es otra fuente teórica básica de ahí
se retoman los tres momentos de
la institución: el de la universalidad,
el de la particularidad y el de la
individualidad. En el caso de la
universalidad se sitúa lo instituido,
en el momento de la particularidad lo
instituyente y en el de la individualidad
la institucionalización que es la síntesis
de lo instituido y lo instituyente, así
como su mediación.
Para la comprensión de la formación
e institución de los grupos recurre a
la escuela sociológica francesa, a
la psicología social y de los grupos,
y al psicodrama de Moreno así como
a la teoría de las organizaciones.
Esto es así porque en las prácticas
de formación, el colectivo e intervenciones
institucionales suceden con y en grupos
y estos son parte de las organizaciones,
donde el grupo se encuentra igualmente
construido como objeto de conocimiento.
Retoma críticamente la teoría de la
organizaciones tales como la
teorización sobre los fenómenos
de poder, los procesos internos de
cambio y resistencia al cambio de los
grupos y las compulsiones de la burocracia,
ya que la organización es descrita en la
teoría de las organizaciones como
"grupo de grupos" o como el
gran grupo organizado. Los objetivos
de la organización se logran a través
del empleo de ciertos medios, y las
dificultades para el logro de los
mismos son conceptuadas como
disfunciones, sujetas a terapia social,
para lo cual se propone el análisis
estructural y funcional de la organización.
Los analistas institucionales interrogan:
¿qué es una función social u
organizacional? A diferencia de los
sociólogos funcionalistas positivistas
responden que existen además de las
funciones visibles, positivas las invisibles
negativas. "La fábrica tiene por función
visible producir automóviles o gas
natural, pero ante todo tiene por función
invisible producir ganancias" . Por lo
cual sostienen que el objeto empírico
positivo, lo explícito de la organización,
es la función oficial. En el curso de las
investigaciones analíticas institucionales
se trabaja con la hipótesis de que
la institución es lo invisible, lo implícito,
lo negativo de lo empírico, por lo cual,
la institución es el inconsciente político
de la sociedad.
El análisis de las relaciones de
producción no son inmediatamente
visibles, por lo que hay que develar
la cara oculta de estas relaciones,
lo reprimido social. Para hacer accesible
el sentido oculto de lo reprimido social
es necesaria la interpretación para
develar este sentido, que es siempre
el fundamento de las instituciones.
De ahí su método de indagación.
El conocimiento del inconsciente
político de la sociedad, la institución,
implica la intervención. En una situación
experimental de consulta las
dimensiones de análisis comprende
tanto la organización como la
institución, entonces es cuando el
análisis institucional se convierte en socioanálisis.
Para Mariano Ortega, hay que diferenciar
en el análisis de la realidad organizacional
cinco niveles: El nivel racional, el
estructural, el relacional, el político y el simbólico .
a). El nivel racional. Implica los fines de la
organización donde medios y fines se
articulan mediante la lógica de la
eficiencia y la efectividad, con insumos
y productos, en un esquema lógico
de estructuración formal.
b). El nivel estructural. Permite
comprender la estructura y los
procesos de la inserción de los
individuos mediante el establecimiento
de normas de conducta organizacional.
c) El nivel relacional. Se considera la
adecuación que existe entre las funciones
de carácter formal de la organización
y las necesidades de las personas, los
intereses, aspiraciones, motivos, metas,
así como el análisis de las interacciones
informales y las normas de conducta
que se deriva de tales interacciones.
d). El nivel político. Se analizan la
convergencia de intereses y el
conflicto por la consecución de la
supremacía entre individuos y grupos
por la búsqueda del poder.
e). El nivel simbólico. Tiene que ver
con los aspectos que legitiman
o confirman la pertenencia al grupo
o a la organización, con los rituales y
ceremonias comunitarias que dan
sentido de identidad.
La otra dimensión que concurre
para la explicación de la propuesta
indagatoria y de investigación
es la de orden estrictamente
institucional, concepción energética
y hermenéutica para el quehacer institucional.
Implica la lectura institucional como
doble efecto de fuerzas y de sentidos.
En la investigación activa del inconsciente
institucional de una organización dada,
se presentan resistencias, rechazos,
defensas, transferencias, cuyo fondo
siempre es el Estado, definido ya
como el condensado de la economía
y de las demás instancias, como resumen
de la formación social, y como el punto
de encuentro y sobredeterminación de
todas las transversalidades sociales.
La línea vertical de la institución, las
relaciones de poder piramidal, es
lo instituido y la horizontal, las
relaciones de paridad, lo instituyente
que niega los vínculos institucionales
como es el caso de la "nueva"
sociología de las organizaciones y
la psicología humanista, rogeriana,
gestaltista, y algunas propuestas
de autogestión. Las relaciones
verticales y horizontales de los
grupos que conforman la organización
definen la transversalidad, por ello
el grupo como tal se define en
oposición tanto a la verticalidad
como a la horizontalidad.
La transferencia institucional
es la estructura de la organización
que es objeto-soporte ya sea material,
técnico o simbólico, de aquello que
ocurre en la vida del grupo para los
sujetos implicados.
La segmentaridad son los
grupos de referencia y sistemas
de pertenencia, otras instituciones
que traen los individuos al grupo,
tales como la familia, el sindicato,
la escuela, la iglesia, grupo étnico,
lenguajes, etcétera.
El esclarecimiento de lo inconsciente
institucional se vincula no solo
a la intervención y consulta con
el analista institucional externo,
sino también al trabajo de analizadores
naturales y a los analizadores
históricos de las instituciones,
entonces es como el socioanálisis
interviene con ;
a). La situación analítica,
donde es posible descifrar
las relaciones que los grupos
y los individuos mantienen
con las instituciones, de manera
objetiva, imaginaria o fantástica,
en el análisis de una situación dada.
b). El analista puede ser el
consultor externo o algunos
dirigentes formales o informales
de la misma institución, capaces
de revelar lo inconsciente institucional.
c). El analizador es el catalizador
institucional, que permite revelar
la estructura de una institución
provocándole a hacerse manifiesta,
puede ser de orden psicosocial
que alude a la aspecto empírico del o
de los grupos, o bien psicoanalítico
que es el aspecto inconsciente del grupo
a través de un emergente. El analizador
se asocia a conductas económicas,
libidinales o políticas.
Solamente se han mencionado
algunas de las categorías
elementales del análisis institucional.
Mediante una metáfora se puede
comprende la relación existente entre
la organización y la institución:
se diría que la institución es
al alma como la organización es al cuerpo.
Kenny G - aliento
Kenny G - Forever In Love
LA MANO DE NADIE.
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